Quizá por su nacimiento o quizá nunca nació, si existe un dios o deidad que personifique los nervios ese es él;
el demonio de Tasmania comparado con él parece que se ha tomado veinte valerianas,
arrasa por donde pisa como Atila y todo es un caos.
Puede que haya nacido en septiembre pero por sus venas corre
el compás 3x4,
la alegría del carnaval,
el alma de un letrista,
el sentimiento de una murga,
la admiración por las grandes chirigotas,
pasear por Cái, cuna del carnaval español,
sentir el abrazo de Caleta y su embrujo sobrenatural
y contemplar la magnificencia del Gran Teatro Falla.
Te puede estar hablando de murgas hasta los confines del tiempo y enviarte enlaces de actuaciones hasta saturar la memoria del móvil
y de tus oídos.
¡Pero cuidado!, porque si le quitas las murgas y el carnaval estarás arrancándole una parte importante de su ser.
Y tiene un novio que a veces se comporta como un imbécil.
Le llama casi todos los días,
le dice palabras bonitas
y le gusta embelesarse con su cuerpo amorfo cuando hay personas mejor físicamente lucibles
pero él prefiere al idiota de su novio.
No habrá regalado flores ni una pero llenó de primaveras este invierno y sólo con su presencia ya es feliz para el resto de la vida pero le invade la nostalgia cuando se separan hasta el siguiente encuentro.
¿Y qué recibe a cambio El Chico Que Vive En un Carnaval?
Una persona que no se comporta a la altura.
Que a veces tropieza y el temblor de la caída hace que los cimientos de la confianza y el amor se resquebrajen un poco.
Pero las cosas que hace nunca son con mala intención.
Él valora los detalles que tiene, sabe que no encontrará a nadie igual ni en ningún tiempo ni espacio, sabe que debe cambiar en muchos aspectos porque
la idea de perderle ya le atormenta cada noche y más aún si
El Chico Que Vive En un Carnaval se irá como tantos otros jóvenes en busca del trabajo que en su país no hay.
Pero esta cadena de caracteres es un diminuto ejemplo de lo que es la realidad,
palabras que carecen de valor si no se aderezan con hechos.
Y si me permites ahora pasaré a escribir en primera persona porque
necesito que me cante al oído su mundo carnavalesco,
oír su voz cuando tiene un rato para llamarme,
vivir en su desordenada vida y
llenarle de momentos con más dulces que limones porque
y aunque no te lo diga mucho,
este idiota
te quiere.