Abro la puerta de
mi habitación y la luna baña con su luz la cama que se haya al fondo.
Con el pijama ya
puesto me tumbo en la fría superficie. Los cuadros, libros, muebles y numerosos
objetos son testigos de mi soledad en estas horas del día.
Mi cabeza descansa sobre la mullida almohada,
recipiente de mis sueños e inquietudes, de mis confidencias y secretos. Tras la
ventana me siento observado por algo inalcanzable y bajo su atenta mirada me
lanza su luz ebúrnea hacia mi piel y me consuela pues sabe que estoy solo. Ella
empero no, es ayudada por miles de guardianas que protegen celosamente la caja
de mis pensamientos alejándola de indiscretos excepto la única persona a quien le
di la llave y poder abrirla desatando su contenido.
Doy giros en la
cama y me arrimo a la pared, dejando un espacio e imagino que con tu cuerpo lo rellenas
y ya no estoy solo; al mirar tus ojos no tengo miedo a nada y todo me parece
tan real que la misma realidad es una falacia. Y al darme cuenta de cual es la
verdadera realidad esa sensación se desvanece llevándote consigo y por mucho
que estire el brazo para asirte no lo logro y pierdo la oportunidad de cogerte
la mano y no permitirte escapar.
Hastiado por no
conseguir cada noche aquello que guardan las estrellas, destapo la caja liberando
los abrazos que te pertenecen para dárselos a la almohada porque no estas a mi
lado para recibirlos. Así pues la almohada es solo el recipiente de lo que no
te puedo dar y no podre recibir de ti.
No me importa con quien estés en estos momentos,
ni cómo huela su cuello, ni cuánto amor te pueda dar yo lo único que necesito
es solo una palabra tuya para dormir con una sonrisa pensado en ti.
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