Estoy
sentado en el columpio bajo los manzanos, dejando que mis pies descalzos rocen
el césped. Hace tiempo que suelo frecuentar este lugar; ¿cuándo pasaron a
formar parte de mí estos viejos manzanos? ¿Cuándo dejé que echaran sus raíces
en mí?
Me recuerdan mucho a ella; aquella vez que vine a jugar con uno de aquellos
manzanos bajo todo su florecido esplendor e intentaba por
mí mismo columpiarme, quizás fuera porque no tenía la fuerza necesaria para
tomar impulso o porque no tuviese a nadie que me diera ese pequeño empujón pero
hacía todo lo posible por escaparme y aprender, no voy a decir que era tarea
fácil cuando no tienes a nadie que te ayude.
Pero así, como el Big Bang, apareciste tú de la nada y me preguntaste si me
podías ayudar; aunque en ese momento me daba vergüenza aceptar el hecho de no
saber hacer un sencillo movimiento de piernas y lo que pudieras pensar de mí,
la acepté.
Suavemente me empujabas y me indicabas cómo tenía que flexionar las piernas,
echar el cuerpo hacia atrás y después estirar las piernas a la vez que me
inclinaba hacia adelante.
Seguía cada instrucción que me dabas y nos divertíamos y llegó el momento de
decirte que quería intentarlo sólo pero me respondiste que aún no estaba
preparado. Yo insistí una y otra vez pero seguía obteniendo negativas de tu
parte.
Hasta que me bajé de aquel columpio y te dije que no necesitaba más tu ayuda,
me bastaba yo sólo para ello y tú desconcertada te marchaste y no volviste.
Desde entonces sé columpiarme por mi propia cuenta.
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