Puede
que no le caiga bien al cosmos o algún ente superior, llámalo como quieras pero
el caso es que ya no soy un quinceañero que podía echarse un novio cuando
quería.
-No desesperes, ya encontrarás a alguien- o –cuando menos lo esperes a la
vuelta de la esquina te esperará tu hombre- son frases que ya no me inspiran
esperanza.
Esperanza, esa palabra a la cual se recurre a última instancia y a la que se le
va agotando las existencias de provisiones y poco hay para mí.
Yo necesito, me urge, me gustaría tener a alguien como el resto de los mortales
de poder compartir mis momentos tontos, mis ríos de lágrimas, todo. Dirás que
después todo son discusiones y peleas y
quebraderos de cabeza, tú si lo sabes porque lo vivirás cada día de tu
maravillosa vida pero yo no lo sé puesto que no he tenido la ocasión de que me
suceda.
Adelante dilo, di que soy envidioso porque sí lo soy. Envidio esa felicidad,
esas disputas absurdas y esas reconciliaciones a los cinco minutos que terminan
sobre la cama o en el sofá o encima de la mesa del comedor.
Quiero un romance de película, poder dar un beso bajo la lluvia, escaparme en
tren, en coche o haciendo auto-stop para estar únicamente contigo, cenar con
velas y después quedarnos dormidos mientras vemos una película.
Quiero todas esas cosas y hace tiempo que lo pedí pero parece ser que el
paquete se ha extraviado o la cartera no sabe mi dirección porque aún no me ha
llegado.
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