El sol ya se despedía de
otro día más. Caminado por la pradera, la joven pareja pararon a descansar bajo
un árbol.
-¿No te parece un
atardecer maravilloso?- pregunto él.
-Me parece mucho más
hermoso si es contigo con quien lo contemplo- le respondió ella sin apartar la
vista del horizonte.
Una lágrima resbaló por
el rostro de él, ¿cómo decirle que a partir del día siguiente todo su mundo
cambiaría para ella, para los dos?
-Aún recuerdo el momento
en el que nos conocimos, jamás podré olvidarlo. ¿Te das cuenta de cómo pasa el
tiempo? Te levantas una mañana preguntándote qué harás y al día siguiente no
tienes esa opción.
-¿Por qué esos
pensamientos? Dime qué te cruza por la mente.
-No es nada tranquila-
intentó tranquilizarla pero fue un error mirarla porque sus ojos estaban
asustadizos. Verás hay algo que quiero contarte.
-Dímelo sin miedo seguro
que lo podremos afrontar sin problemas.
Tomo aire, tanto como si
fuera la última que estaría en ese lugar y no volviera a oler las flores,
sentir la mullida vegetación del suelo, oír cantar los pájaros y todo lo que se
pudiera sentir en ese lugar.
-Sabes que soy caballero
y que por ningún motivo debo faltar a mi juramento. Es por ello por lo que
mañana con el nuevo sol debo partir a la batalla.
-No sigas hablando pues,
¿para qué malgastar nuestras últimas palabras con despedidas y llantos? Ahora
sólo piensa en nosotros, no existe nada más, solos tú y yo.
Él le pasó el brazo
alrededor de su cintura y atraerla hacia sí, sin querer soltarla por miedo a
perderla para siempre. La besó en la cabeza y el aroma de sus cabellos quedó
impregnado en su memoria. Entonces decidió romper el silencio:
-Si en algún momento yo
no volviera quiero que tu…
-Calla, no rompas este
momento con hechos que aún no han ocurrido, yo por siempre te esperaré.
Y con el tiempo jugando a
contracorriente se abalanzó sobre él sellando la despedida con un beso.
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